miércoles, mayo 18, 2005

Historias de Metro

LLevo 20 horas de este mes y ya se odia. A veces suelo encontrarme con las mismas personas, que van con sus mismas caras de nada. Odio a esas señoras que pisotean por un asiento al lado de esas ventanas empañadas. Odio el olor que hay el viernes a las 7 de la tarde. Odio al oficinista aburrido que me mira sin lograr el mínimo coqueteo. Odio que entren al carro sin dejar bajar. Odio a las viejas con coches ¡cómo se les ocurre meter un coche en el metro! Odio a los cabros chicos que lloran por un asiento. Y a sus madres que son incapaces de calmarlos.
Los que me caen más mal son los que hablan fuerte. Los que no dejan leer hablando tonteras. Los que se sientan en el suelo mientras un mar de brazos intentan sujetarse a esos fierros fríos. Pero lejos, lo que más odio, es ese chofer que frena en los túneles, deja las puertas abiertas del tren en la estación por minutos a pesar de que nadie más puede subir y que además, con su voz de radio fm, me indica todas las mañanas que he llegado a la Línea 2.