¿Y a cuántos negros te comiste?

Qué onda el mundo. Llego de Brasil y la pregunta obligada de todos es esa. Romi, ¿y a cuántos negros de comiste? Me río de la pregunta. Brasil no es como La Polar, llegar y llevar. Porfa, me envuelve a ese surfista que me lo llevo para el hotel. Yo no me acuerdo haber dado esas instrucciones. Pero pucha que me habría gustado.

Como los caballeros no tiene memoria, yo dejé mi momory stick olvidado en el aeropuerto de Río. Y llegué a Santiago con el disco duro reformateado. O algo así. Que las historias se queden en Buzios, le dije a la Frani. Mi compañera en esas andanzas. Porque las tres hicimos un pacto, y la Tere, la única con novio, estuvo obligada a quedarse conversando con el feo siempre. El que sobraba. El que no nos tincaba ni para pelea de perros. Y le achuntamos siempre.

O como con la Gaby y la Caro ayer, que con una botella de vino en el Ozono hablábamos de que en la vida de una chilena tenía que haber un argentino, un negro y un profesor. Yo hubiese agregado a un seminarista también.

Y eso que a mi siempre me han gustado los blanquitos, caí redonda frente a los negros huachosminos. Que nos saludaban de beso en la mano. Y que hasta un par de veces me pararon en el centro de Buzios y me decían: yo a ti te vi ayer en la playa. Y yo, tensa, creyéndome rockstar, pensaba no puedo ser tan huacha para estar tan identificada. Eso fue lo mejor. O el que se nos acercó, papel y lápiz en la mano para darnos una invitación escrita, que por favor la leyéramos y se la contestáramos. Y era como sentirse Cecilia Bolocco o algo así.

Un push up al ego extremo.

O del chileno que andaba completamente solo... ¿cómo lo íbamos a dejar así? No nos quedó otra que decirle, véngase para acá mijito, y salga con nosotras. Que no mordemos.