Para todo lo demás, existe Mastercard

No sé lo que me pasó. Atroz de siniestro, yo que soy demasiado feliz, como que me dió una pequeña depresión. Tanta noticia junta, tanta cosa mezclada, una semana atroz, casi echando de menos a alguien a quien yo nunca pensé en echar de menos, es una cuestión de freak show, casi en mi mundo en que hace años que no echaba de menos, es raro. De tan loca que estaba, juraba de guata que me había poseído René de la Vega y por eso yo andaba haciendo el loco sin percatarme.

Hasta que tuve un minuto de iluminación y me fui de compras. Sola. Aprovechando los regaloneos del papá, y estuve toda la tarde, y me compré un vestido, unos pitillos azul marino, una cartera, dos chalecos y unas botas. Ok, suena como compras millonarias, pero como que estaba todo a liquidación, salvo los pitillos que son de nueva temporada, pero como que me enamoré, nada que hacerle. Y más encima, como que yo me miro al espejo y me siento flaca, como que debo tener anorexia ocular o algo así, si todo el mundo se encuentra siniestro cuando se mira al espejo y yo siento que estoy lo más que hay, enferma de estupenda, o sea, tampoco veo reflejada frente a mi a Giselle Bundchen, tampoco estoy para prototipo de maniquí, pero sí puedo ser un ejemplo a seguir o la gente me puede envidiar. O quizás, sólo es una cuestión de actitud.

Fui y soy feliz. No hay nada mejor para subir el ánimo que comprarse unas pilchitas. Pero creo que no fue suficiente, así que pasé por un helado de chocolate suizo. Nada más rico.