Cesante pensante

Esta semana he caminado más que kun fú. He dejado los pies en la calle enviando invitaciones ultra personalizadas para la presentación de la exposición del lugar donde trabajo, pero no trabajo. Como que volví a la consultora cultural pero en un estado tan, pero tan free lance, que me da tiempo para seguir con pilates (que me tiene harto huacha y ahora puedo hacer 100 abdominales de una sin que me de un ataque surtido ni un espasmo cardiaco severo), llenar mi agenda de cafecitos con las amigas (que me tienen al borde del sobre giro), poder juntarme a almorzar con un niño bien simpaticón e ir a la Biblioteca de Santiago a pedir y a dejar libros, mientras me siento en un sillón verde exquisito a leer libros que saco de la estantería, mientras pienso que ser cesante en estas condiciones no es tan siniestro.
En mis recorridos a pata por Santiago, no sólo me encontré con el papá y esquivé a una yegua malévola, también descubrí un nuevo negocio, que me hizo hoy llamar a la pobre Savi directo a Anotofagasta a las 7 am impulsada por mi espíritu emprendedor (y donde la maté del susto), además estoy vendiendo unos aretes de lo más huachos, pienso en ideas para la columna que me ofreció T en su nueva revista, paso a rezar a cualquier iglesia con la que choco (ayer me tocó Sta. Rita, hoy San Francisco) y aprovecho de pedirle pega al santo, paso a vitrinear por todos los puestos de ciegos (y por Dios que son careros!), ando en mi micro, juego sudokus en el metro (y hoy se me acercó un señor a preguntarme cómo se jugaba y yo le regalé los míos), camino con el ombligo en la espalda y termino las encuestas de otro trabajo que tengo... por Dios, tengo como 7 trabajos y si sumo todos, ni siquiera me alcanza para el sueldo mínimo... qué mal.
Pero igual lo paso bien.
Ahhh, y hoy Movistar me cobró 40 lucas de más... 40!!! y yo, que iba con toda la caballería encima, la niña que me atendió toda amorosa me arregló el problema en 5 minutos.
Es que nadie puede ser más ladrón que Movistar.